LA DIGNIDAD

Published 2024-06-30
El que aspira a parecer renuncia a ser. En pocos hombres súmanse el ingenio y la virtud en un total de dignidad: forman una aristocracia natural, siempre exigua frente al wnúmero infinito de espíritus omisos. 

Credo supremo de todo idealismo, la dignidad es unívoca, intanagible, intrasmutable. Es síntesis de todas las virtudes que aceran al hombre y borran la sombra: donde no existe el sentimiento del honor. Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos. 

Los temperamentos adamantinos, firmeza y luz, apártense de toda complicidad, desafían la opinión ajena si con ello han de salvar la propia, declinan todo bien mundano, que requiera una abdicación, entregan su vida misma antes que traicionar sus ideales. Van rectos, solos, sin contaminarse en facciones, convertidos en viviente protesta contra todo abellacamiento o servilismo. Las sombras vanidosas se mancornan para disculparse en el número, rehuyendo las íntimas sanciones de la conciencia; domesticadas, son incapaces de gestos viriles, fáltales coraje. La dignidad implica valor moral. 

Los pusilánimes son impotentes, como los aturdidos; los unos reflexionan cuando conviene obrar, y los otros obran sin haber reflexionado. La insuficiencia del esfuerzo equivale a la desorientación del impulso: el mérito de las acciones se mide por el afán que cuestan y no por sus resultados. Sin coraje no hay honor. Todas sus formas implican dignidad y virtud. Con su ayuda los sabios acometen la exploración de lo ignoto, los moralistas minan las sórdidas fuentes del mal y los osados se arriesgan para violar la altura y la extensión, los justos se adiamantan en la fortuna adversa, los firmes resisten la tentación ·y los severos el vino, los mártires van a la hoguera por desenmascarar una hipocresía, los santos mueren por un Ideal. Para anhelar una perfección es indispensable el coraje, sentenció Lamartine, es la primera de las elocuencias, es la elocuencia del carácter. Noble decir. El que aspira a ser águila debe mirar lejos y volar alto; el que se resigna a arrastrarse como un gusano renuncia al derecho de protestar si lo aplastan. 

La febledad y la ignorancia favorecen la domesticación de los caracteres mediocres, adaptándose a la vida mansa; el coraje y la cultura exaltan la personalidad de los excelentes, floreciéndola de dignidad. El lacayo pide; el digno merece. Aquél solicita del favor lo que éste espera del mérito. Ser digno significa no pedir lo que se merece, ni aceptar lo inmerecido. Mientras los serviles trepan entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de sus virtudes. O no ascienden por ninguna. 

La dignidad estimula toda perfección del hombre; la vanidad acicatea cualquier éxito de la sombra. El digno ha escrito un lema en su blasón: lo que tiene por precio una partícula de honor, es caro. El pan sopado en la adulación, que engorda al servil, envenena al digno. Prefiere, éste, perder un derecho a obtener un favor; mil años le serán más leves que medrar indignamente. Cualquiera herida es transitoria y puede dolerle una hora; la más leve domesticidad le remordería toda la vida. 

Cuando el éxito no depende de los propios méritos, bástele conservarse erguido, incólume, irrevocable en la propia dignidad. En las bregas domésticas, la obstinada sinrazón suele triunfar del mérito sonriente; la pertinacia del indigno es proporcional a su acorchamiento. Los hombres ejemplares desdeñan cualquier favor; se estiman superiores a lo que puede darse sin mérito. Prefieren vivir crucificados sobre su orgullo a prosperar arrastrándose; querrían que al morir su Ideal les acompañase blanquivestido y sin manchas de abajamientos, como si fueran a desposarlo más allá de la muerte. 

Los caracteres dignos permanecen solitarios, sin lucir en el anca ninguna marca de hierro; son como el ganado levantisco que hociquea los tiernos tréboles de la campiña virgen, sin aceptar la fácil ración de los pesebres. Si su pradera es árida no importa; en libre oxígeno aprovechan más que en cebadas copiosas, con la ventaja de que aquél se toma y éstas se reciben de alguien. Prefieren estar solos, mientras no puedan juntarse con sus iguales. Cada flor englobada en un ramillete pierde su perfume propio. Obligado a vivir entre desemejantes, el digno mantiénese ajeno a todo lo que estima inferior. Descartes dijo que se paseaba entre los hombres como si ellos fueran árboles; y Banville escribió de Gautier: Era de aquellos que bajo todos los regímenes, son necesaria e invenciblemente libres: cumplía su obra con desdeñosa altivez y con la firme resignación de un dios desterrado. 

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  • @goodnaty
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